martes, 12 de abril de 2016

Capullino sorosao

CAPULLINO SONROSAO

Era el tiempo en que jendía la joci
entri los surcos de la mies de oro.
Era el tiempo en que el linal mecía
bandás de colorines[1] primorosos.
Los jaralis suaban mangria[2] blanca,
zumbaban los tabarros y los moscos,
y la nochi barruntaba los mil ruíos
del baili de la charca y de los chopos.
Era nochi de junio. Nochi limpia,
sin la mancha siquiera de un regojo
de nubi, que empañara los azulis,
ni a la luna jicieran un estorbo.
Brillaban las estrellas. El Camino
e Santiago[3], comu una parva e copos
de nievi, blanqueaba y los grillos
arrullaban las eras comu un coro.
Toas las juerzas del cielo y de la tierra:
la brava serranía, el valli jondo,
la encina de la jesa, la alamea,
la mieosa ovejina, el fiero lobo,
el junco enamorao e la tamuja,
la grama enamorá del viejo olmo,
la vacá desparramá por las umbrías,
los caballos relinchando en el rastrojo,
las estrellas bebiéndosi la juenti,
el cárabo al acecho de un despojo,
la reja reventando los clavelis,
par de brasas los labios de los novios.
Toas las juerzas del cielo y de la tierra,
juntinas y apiñás en un manojo,
paicían caras nuevas esa nochi
quemándosi la entraña por el gozo.
No era menos la razón de esos afanis,
ni menos la razón de esos ajogos:
que el rosal esa nochi un capullino,
como un vellón de lana de esponjoso,
suavino como el airi de un suspiro,
como un turrón de azúcal de goloso,
acababa de alumbral más sonrosao,
que el sol cuando se duermi en el otoño.
Qué canto de oración aquel rebujo
palpitanti y calienti. Qué seoso,
como un taciqui[4] e pan recién sacao
de la sazón estremecía del jorno.
Se me jizun las venas como azogui[5],
me bailaban los nielvos[6] como locos,
se escurría el corazón por la garganta
y el alma me se iba por los ojos.
Y es que aquel capullino sonrosao,
como un vellón de lana de esponjoso,
era el broti del tallo más lozano
del rosal más pulío y más frondoso.
Un rosal que, pa alegral mi vida,
que estaba carcomía como un tronco
de robli abandonao, sembré en mi casa
y le di de bebel agua del pozo.
Hoy aquel capullino ha reventao
una rosina rubia como el oro,
como un cascabelino de risueña,
como un tamborilino de sonoro.
Endi entoncis el árbol de mi vida
es un árbol más verdi y más frondoso.


Enrique Louzado Moriano