CAPULLINO
SONROSAO
Era el
tiempo en que jendía la joci
entri los
surcos de la mies de oro.
Era el
tiempo en que el linal mecía
bandás de
colorines[1] primorosos.
Los
jaralis suaban mangria[2] blanca,
zumbaban
los tabarros y los moscos,
y la nochi
barruntaba los mil ruíos
del baili
de la charca y de los chopos.
Era nochi
de junio. Nochi limpia,
sin la
mancha siquiera de un regojo
de nubi,
que empañara los azulis,
ni a la
luna jicieran un estorbo.
Brillaban
las estrellas. El Camino
e
Santiago[3], comu una parva e copos
de nievi,
blanqueaba y los grillos
arrullaban
las eras comu un coro.
Toas las
juerzas del cielo y de la tierra:
la brava
serranía, el valli jondo,
la encina
de la jesa, la alamea,
la mieosa
ovejina, el fiero lobo,
el junco
enamorao e la tamuja,
la grama
enamorá del viejo olmo,
la vacá
desparramá por las umbrías,
los
caballos relinchando en el rastrojo,
las
estrellas bebiéndosi la juenti,
el cárabo
al acecho de un despojo,
la reja
reventando los clavelis,
par de
brasas los labios de los novios.
Toas las
juerzas del cielo y de la tierra,
juntinas y
apiñás en un manojo,
paicían
caras nuevas esa nochi
quemándosi
la entraña por el gozo.
No era
menos la razón de esos afanis,
ni menos
la razón de esos ajogos:
que el
rosal esa nochi un capullino,
como un
vellón de lana de esponjoso,
suavino
como el airi de un suspiro,
como un
turrón de azúcal de goloso,
acababa de
alumbral más sonrosao,
que el sol
cuando se duermi en el otoño.
Qué canto
de oración aquel rebujo
palpitanti
y calienti. Qué seoso,
como un
taciqui[4] e pan recién sacao
de la
sazón estremecía del jorno.
Se me
jizun las venas como azogui[5],
me bailaban
los nielvos[6] como locos,
se
escurría el corazón por la garganta
y el alma
me se iba por los ojos.
Y es que
aquel capullino sonrosao,
como un
vellón de lana de esponjoso,
era el
broti del tallo más lozano
del rosal
más pulío y más frondoso.
Un rosal
que, pa alegral mi vida,
que estaba
carcomía como un tronco
de robli
abandonao, sembré en mi casa
y le di de
bebel agua del pozo.
Hoy aquel
capullino ha reventao
una rosina
rubia como el oro,
como un
cascabelino de risueña,
como un
tamborilino de sonoro.
Endi
entoncis el árbol de mi vida
es un
árbol más verdi y más frondoso.
Enrique
Louzado Moriano