martes, 24 de octubre de 2017

El jato del agüelo

EL JATO DEL AGÜELO
                                                         

Yo bien sé que no hay naide, dende jace
qué se yo cuánto tiempo,
que se ponga esta ropa que es asina
com'un jato de viejo bandolero.

Ya s'an dio las moas
de la calzona zul y del pañuelo
liao a la cabeza; y de las majas
polainas con sus frecos.

Pero tamién yo sé que no es tan grave
ni tan gordo el defeto;
pos esto senifica que mis gustos
son gustos duraeros
y que a mis moceaes
tengo mu jondo apego.

Por eso yo fi siempre descudiao
y siempre placentero
con estas vestimentas
y con estas jechuras; y por eso
me dió tan mala espina
la novia de mi nieto
cuando la vez primera
que me vido en el pueblo
le sirvió de risorio
la ropa del agüelo.

¡La descará! Entavía
tan siquiá que m'acuerdo,
me paece que corre
la jiel por tó mi cuelpo.

¿Qué es lo que se pensó? Con este jato
que dende que era mozo llevo puesto
fí siempre a tos los sitios ande vayan
los que s'arrisquen más; y no consiento
que denguno me puea pol lo noble,
ni denguno me puea pol lo güeno,
ni denguno se gane los riales
con más honrao esjuerzo;
suando en el trabajo tan aina
que s'asoma la luz tras de los cerros.

El probe de Celipe,
el probe del mi nieto,
que es un cacho de pan po lo güenazo
consigo me llevó. - ¡Verá usté, agüelo,
qué mocita más maja; qué pimpollo
más fino y peripuesto!

Palra con un palrar tan delegante,
y con tantas lindezas y floreos
que engatusa na más que abre la boca,
y mos clava, ascuchándola, en el suelo.

¡Y aluego sabe usar unas maneras
y unos peinaos tan nuevos;
y jace unos pinitos cuando anda,
y tiene tanto garbo en to su cuelpo,
y jace unos visajes cuando mira
durzonamente, agüelo,
que me añúa el gaznate,
apenas me l'ancuentro!.

Dambos a dos llegamos a la praza
por el brazo cogíos; el mi nieto
de impacencia ajogao;
yo precurando parecé sereno.

Enfrente de l'Iglesia estaba ella.
Celipe, guiteando descompuesto,
me l'anseñó; y yo, al tanto de guipala,
tamién me descompuse y sentí drento
asín como esmenzón de un jormiguilo
que m'apretaba el pecho
al pensá que un pimpollo tan garboso
pudiera, arguna vez, dalme bisnietos.

Anque al di y saludala, al mí muchacho
le temblaba el acento,
endispués se dió traza
pa mostrale al agüelo.

Ella me recorría con los ojos
extrañá de mi jato de otros tiempos;
y de pronto... de pronto yo la vide
que tapaba la cara en el pañuelo
y que esmenzó a reirse de manera
que me puso de punta tos los niervos
y me trujo a la vista una niblina
que ábate  si reondo caigo al suelo.

Pero desimulé. Tuvi pacencia
ná más, que pol mi nieto;
el extraño me jice;
y aguantando, lo mesmo
que s'aguanta debajo de una ancina
el chaparrón más recio,
dejé que los dos mozos se palraran
lo que viniera a pelo.

Y endispués, sin icile al mi Celipe
ni una sola palabra atento de esto
cogios por el brazo
mos salimos del pueblo.

Solápao y de priesa
se jué pasando el tiempo.
Yo vía que a Celipe, poco a poco,
se le fruncía el ceño.
estaba turulato;
estaba como lelo;
y tenía un desgano del demonche;
y pol ná se enfuscaba a cá momento.

Sin abrir la mi boca
yo lo vía sufriendo;
y to lo devinaba
allá pa mis adrentos.

Por mo del desimulo precuraba
hablale sonriyendo;
pero me recomía de coraje,
námas que con velo.

Jasta que al fin un día,
no pudiendo por menos,
estrumpió: -¡La bribona m'a dejao
sin dengún fundamento;        
sin dalme explicaciones;      
como se deja un perro!            
¿Sab'osté?   ¡M'a dejao,
queriendola del mó que yo la quiero,
por otra comenencia de más talla
que le salió en el pueblo.

M'a dejao la endina
sin dengún fundamento;
sin una explicaera;
asina como a un perro!
Oyéndolo me jice el sorprendío;
pero yo lo sabía dende tiempo;
dende el momento y l'hora en que la vide
escondiendo la risa en el pañuelo;
dende la tarde que jizo bulra
de este jato que siempre llevo puesto.

Hoy s'a casao mi mozo
con una guapa moza de ojos negros;
de labios como fresas;
de cachetes rosaos como peros;
y la mesma dulzura en toa su cara
que tienen los regachos de estos cerros.

La mujer de Celipe
se mira en el mi nieto;
y nunca s'a bulrao
del jato del agüelo.

José Ramírez López-Uría : Las tierras pardas